De la escasez a la sabiduría colectiva: otra mirada sobre el dinero en organizaciones de mujeres

Las últimas dos semanas tuve el privilegio de conocer, escuchar y aprender de 3 mujeres gigantes, dos de ellas afrolatinoamericanas y una de ellas perteneciente a una comunidad indígena asiática. Todas, tienen en común vidas enteras atravesadas por el activismo, las luchas por la igualdad y la incansable tarea de hacer visible y audible la situación de marginación y discriminación que padecen.

Nos conocimos en nuestras diferencias y nos reconocimos en nuestras miradas comunes sobre la necesidad de fortalecer la organización colectiva de mujeres que buscan mejores condiciones de vida y más oportunidades para sus comunidades.

La conversación en principio parecía sencilla, queríamos obtener información general sobre los presupuestos que manejan las organizaciones que ellas representan, quiénes son sus donantes, cuáles son las agendas y actividades que se financian y cuáles son los obstáculos que encuentran para acceder a los fondos. Sin embargo, a lo largo de esas extensas horas de escucha fuimos comprendiendo que la verdadera conversación era otra, una mucho más compleja, sensible e interesante: estábamos hablando sobre el vínculo de las organizaciones con el dinero. Esa relación, extremadamente desafiante para cualquier persona, que trae aparejados una infinidad de sesgos, una lógica individualista, cuestiones culturales, ideologías, experiencias vivenciales, actitudes, emociones y tantas otras cosas que la vuelven demasiado caótica, es igual de compleja para las organizaciones. 

Y ahí llegó la sorpresa y el enorme aprendizaje. Ese vínculo, que podría ser mucho más dificultoso para organizaciones de mujeres indígenas y para organizaciones de mujeres afrodescendientes por la falta de recursos disponibles para financiarlas, es un vínculo mucho más virtuoso, sabio y saludable. La relación con el dinero es entendida desde lo colectivo, como una oportunidad de fortalecer al conjunto, como un beneficio grupal en el que se pierden las individualidades, no sólo de las mujeres que componen las organizaciones sino de las propias organizaciones dentro de una red mucho mayor e importante. Los recursos se perciben como la gran oportunidad de fortalecer a pequeñas organizaciones territoriales en sus capacidades de gestionarlo, de asumir con enorme responsabilidad y cuidado la tarea de que cada dólar cuenta para desarrollar nuevas habilidades que les permitan seguir promoviendo y protegiendo los derechos de sus mujeres. 

Si pudiéramos hacer llegar este poderoso mensaje a donantes y a otras organizaciones para que conozcan esta otra manera de vincularse con el dinero y con los recursos, una manera que pone el foco en lo colectivo, en el beneficio del conjunto, en la profunda confianza en la gestión territorial y comunitaria, estoy segura que la distribución tan injusta y desigual que persiste en el ecosistema de financiamiento lograría dar algunos pasos hacia nuevos paradigmas. 

Porque el problema -aún con el cierre de los más importante espacios de la cooperación internacional- no es la falta de dinero, sino que, en muchos casos, es la falta de interés y/o de conocimiento de quienes lo distribuyen sobre dónde están y quiénes son aquellas mujeres organizadas que con una enorme sabiduría hacen un uso absolutamente transformador de los recursos.